BIENVENIDOS AL CLUB DE LECTURA DEL IES J.RODRIGO DE MADRID

Uno es dueño de grandes ideales y de pequeñas lecturas, y las pequeñas lecturas nos definen tanto como nuestros grandes ideales. L. G. Montero



domingo, 23 de mayo de 2010

LA BODA



La boda tuvo lugar dos meses después -expresión del telegrafista- de
que se hubiera abierto el marcador. Rosa viuda de González, tallada en
maternal perspicacia no pasó por alto que las lides, a partir de la regocijada
inauguración del campeonato, empezaban a tener lugar en
enfrentamientos matutinos, diurnos y nocturnos. La palidez del cartero
se acentuó y no precisamente por los resfríos, de los cuales parecía
haberse curado por obra de magia. Beatriz González, por su parte, según
el cuaderno del cartero y testigos espontáneos, florecía, irradiaba,
destellaba, resplandecía, fulguraba, rutilaba y levitaba. De modo que
cuando un sábado por la noche, Mario Jiménez se hizo presente en la
hostería a pedir la mano de la muchacha con la honda convicción de que
su idilio sería tronchado por un escopetazo de la viuda que le volaría
tanto la florida lengua cuanto los íntimos sesos, Rosa viuda de González,
adiestrada en la filosofía del pragmatismo abrió una botella de champagne
Valdivieso demi-sec, sirvió tres vasos que se rebalsaron de
espuma, y dio curso a la petición del cartero sin una mueca, pero con
una frase que reemplazó a la temida bala: «A lo hecho, pecho».
Esta consigna tuvo una suerte de colofón en la misma puerta de la
iglesia, donde iba a santificarse lo irreparable, cuando el telegrafista,
erudito en indiscreciones, miró el traje azul de tela inglesa de Neruda y
exclamó cachondo:
-Se lo ve muy elegante, poeta.
Neruda se ajustó el nudo de la corbata de seda italiana, y dijo con marcada
nonchalance:
-Es que estoy en ensayo general. Allende me acaba de nombrar embajador
en París.
La viuda de González recorrió la geografía de Neruda, desde su calvicie
hasta las zapatos de festivo brillo, y dijo:
-¡Pájaro que come, se vuela!
Mientras avanzaban por el pasillo hacia el altar, Neruda le confidenció
a Mario una intuición.
-Mucho me temo, muchacho, que la viuda González está decidida a
enfrentar la guerra de las metáforas con una artillería de refranes.
La fiesta fue breve por dos motivos. El egregio padrino tenía taxi en la
puerta para transportarlo al aeropuerto, y los jóvenes esposos alguna
prisa para debutar en la legalidad tras meses de clandestinaje. El padre
de Mario, no obstante, se las amañó para infiltrar en el tocadiscos Un
vals para jazmín de Tito Fernández el Temucano, mediante el cual echó
un recio lagrimón evocando a su difunta esposa que «desde el cielo mira
este día de dicha de Marito» y trajo a la pista de baile a doña Rosa, la cual
se abstuvo de frases históricas mientras giraba en los brazos de ese hombre
«pobre, pero honrado».
Los esfuerzos del cartero tendientes a conseguir que Neruda danzara
una vez más Wait a minute, Mr. Postman por los Beatles, fracasaron. El
poeta ya se sentía en misión oficial y no incurrió en deslices que pudieran
alentar a la prensa de la oposición, que, a tres meses de gobierno de
Allende, ya hablaban de un estrepitoso fracaso.
El telegrafista no sólo declaró la semana entrante feriado para su súbdito
Mario Jiménez, sino que además lo liberó de asistir a las reuniones
políticas donde se organizaba a las bases para movilizar las iniciativas
del gobierno popular. «No se puede tener al mismo tiempo el pájaro en la
jaula y la cabeza en la patria», proclamó con inhabitual riqueza metafórica.

miércoles, 19 de mayo de 2010

LA POESÍA CONQUISTA A BEATRICE



Pero los trenes que conducen al paraíso son siempre locales y se
enredan en estaciones húmedas y sofocantes. Sólo son expresos aquellos
que viajan al infierno. Ese mismo ardor le sublevó las venas, al ver
avanzar detrás de los ventanales a doña Rosa viuda de González accionando
su cuerpo y pies enlutados, con la decisión de una metralleta. El
poeta juzgó atinado escamotear al cartero tras una cortina, y luego,
girando sobre sus talones, desprendió elegantemente su jockey ofreciéndole
con un brazo a la señora el más muelle de sus sillones. La viuda, en
cambio, rechazó la invitación y abrió ambas piernas. Dilatando su oprimido
diafragma, puso de lado los rodeos:
-Lo que tengo que decirle es muy grave para hablar sentada.
-¿De qué se trata, señora?
-Desde hace algunos meses merodea mi hostería ese tal Mario
Jiménez. Este señor se ha insolentado con mi hija de apenas dieciséis
años.
-¿Qué le ha dicho?
La viuda escupió entre los dientes:
-Metáforas.
El poeta tragó saliva.
-¿Y?
-¡Que con las metáforas; pues don Pablo, tiene a mi hija más caliente
que una termita!
-Es invierno, doña Rosa.
-Mi pobre Beatriz se está consumiendo entera por ese cartero. Un hombre
cuyo único capital son los hongos entre los dedos de sus pies trajinados.
Pero si sus pies bullen de microbios, su boca tiene la frescura de
una lechuga y es enredosa como un alea. Y lo más grave, don Pablo, es
que las metáforas para seducir a mi niñita las ha copiado descaradamente
de sus libros.
-¡No!
-¡Sí! Comenzó inocentemente hablando de una sonrisa que era una
mariposa. ¡Pero después ya le dijo que su pecho era un fuego de dos llamas!
-¿Y la imagen empleada, usted cree que fue visual o táctil? -inquirió el
vate.
-Táctil -repuso la viuda-. Ahora le prohibí salir de la casa hasta que el
señor Jiménez escampe. Usted encontrará cruel que la aísle de esta manera,
pero fíjese que le pillé chanchito este poema en medio del sostén.
-¿Chamuscado en medio del sostén?
La mujer desentrañó una indudable hoja de papel matemáticas marca
Torre de su propio regazo, y la anunció cual acta judicial, subrayando el
vocablo desnuda con sagacidad detectivesca:
Desnuda eres tan simple como una de tus manos,
lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente,
tienes líneas de luna, caminos de manzana,
desnuda eres delgada como el trigo desnudo.
Desnuda eres azul como la noche en Cuba,
tienes enredaderas y estrellas en el pelo.
Desnuda eres enorme y amarilla
como el verano en una iglesia de oro.
Estrujando el texto con repulsa, lo sepultó de vuelta en el delantal, y
concluyó:
-¡Es decir, señor Neruda, que el cartero ha visto a mi hija en pelotas!
El poeta lamentó en ese momento haber suscrito la doctrina materialista
de la interpretación del universo, pues tuvo urgencia de pedir misericordia
al Señor. Encogido, arriesgó una glosa sin la prestancia de esos
abogados, que, como Charles Laughton, convencían hasta al muerto que
aún no era cadáver:
-Yo diría, señora Rosa, que del poema no se concluye necesariamente
el hecho.
La viuda escrutó al poeta con un desprecio infinito:
-Diecisiete años que la conozco, más nueve meses que la llevé en este
vientre. El poema no miente, don Pablo: exactamente así, corno dice el
poema, es mi niñita cuando está desnuda.
«Dios mío», rogó el poeta, sin que le salieran las palabras.
-Yo le imploro a usted -expuso la mujer-, en quien se inspira y confía,
que le ordene a ese tal Mario Jiménez, cartero y plagiario, que se abstenga
desde hoy y para toda la vida de ver a mi hija. Y dígale que si así no
lo hiciese, yo misma, personalmente, me encargaré de arrancarle los ojos
como al otro carterito ese, el fresco de Miguel Strogoff.
Pese a que la viuda se había retirado, de alguna manera seis partículas
quedaron vibrátiles en el aire. El vate dijo «hasta luego», se puso el
jockey, y manoteó la cortina tras la cual se ocultaba el cartero.
-Mario Jiménez -dijo sin rnirarlo-, estás pálido como un saco de harina.
El muchacho lo siguió hasta la terraza, donde el poeta trató de aspirar
hondo el viento del mar.
-Don Pablo, si por fuera estoy pálido por dentro estoy lívido.
-No son los adjetivos los que van a salvarte de los hierros candentes de
la viuda González. Ya te veo repartiendo cartas con un bastón blanco, un
perro negro, y con las cuencas de tus ojos tan vacías como alcancía de
mendigo.
-¡Si no la puedo ver a ella, para qué quiero mis ojos!
-¡Maestro, por muy desesperado que esté, en esta casa le permito que
intente poemas pero no que me cante boleros! Esta señora González tal
vez no cumpla su amenaza, pero si la lleva a cabo, podrás repetir con
toda propiedad el cliché de que tu vida es oscura como la boca de un
lobo.
-Si me hace algo, irá a la cárcel.
El vate practicó un semicírculo teatral por la espalda del chico, con la
insidia con que Yago trajinaba los lóbulos de Otelo:
-Un par de horas, y después la pondrán en libertad incondicional.
Alegará que procedió en defensa propia. Dirá en su descargo que atacaste
la virginidad de su pupila con arma blanca: una metáfora cantarina
corno un puñal, incisiva como un canino, desgarradora como un
himen. La poesía con su saliva bulliciosa habrá dejado su huella en los
pezones de la novia. Por mucho menos que eso, a François Villon lo colgaron
de un árbol y la sangre le brotaba como rosas del cuello.
Mario sintió sus ojos húmedos, y la voz le salió también mojada:
-No me importa que esa mujer me rasgue con una navaja cada uno de
mis huesos.
-Lástima no tener un trío de guitarristas para que te hagan
«tu-ru-ru-ru».
-Lo que me duele es no poder verla a ella -prosiguió absorto el cartero-.
Sus labios de cereza y sus ojos lentos y enlutados, como si se los hubieran
hecho la misma noche. ¡No poder oler esa tibieza que emana!
-A juzgar por lo que cuenta la vieja, más que tibia, flamígera.
-¿Por qué su madre me ahuyenta? Si yo quiero casarme con ella.

miércoles, 12 de mayo de 2010

NERUDA Y LA POLÍTICA




La vinculación de Neruda con la política tuvo su punto culminante en el año 1970, cuando el Partido Comunista lo designó candidato a la presidencia de Chile, pero el poeta no dudó en renunciar para dar todo su apoyo a Salvador Allende, a quien secundó decididamente en su campaña electoral. Llegado al poder el gobierno de Unidad Popular en 1970, recibió el nombramiento de embajador en París.



Neruda con Salvador Allende y su
biógrafo, Volodia Teitelboim


En 1971, Pablo Neruda se convirtió en el tercer escritor latinoamericano y en el segundo chileno que obtenía el Premio Nobel de Literatura, pero su encumbramiento literario no le impidió continuar activamente en la defensa de los intereses chilenos. En Nueva York, aprovechando la reunión del Pen Club, denunció el bloqueo estadounidense contra Chile. Tras renunciar a su cargo de embajador en Francia, regresó a Santiago, donde fue pública y multitudinariamente homenajeado en el Estadio Nacional.

En la cúspide de la fama y del reconocimiento también lo esperaban horas amargas. En 1973, el 11 de septiembre, fue sorprendido por el golpe militar contra el presidente Salvador Allende. Profundamente afectado por la nueva situación, no pudo resistir la tragedia y el 23 de septiembre murió en Santiago. El mundo no tardó en enterarse, entre la indignación, el estupor y la impotencia, de que sus casas de Valparaíso y de Santiago habían sido brutalmente saqueadas y destruidas. Sus funerales se desarrollaron en medio de una gran tensión política. Tras su muerte vieron la luz los poemarios que había escrito antes de morir: Jardín de invierno, 2000, El corazón amarillo, Libro de las preguntas, Elegía y Defectos escogidos, todas ellos editadas por Losada en Buenos Aires en 1974. En Barcelona apareció su última obra, la autobiografía Confieso que he vivido.

domingo, 9 de mayo de 2010

CAPÍTULO TERCERO

Crecido entre pescadores, nunca sospechó el joven Mario Jiménez que
en el correo de aquel día habría un anzuelo con que atraparía al poeta.
No bien le había entregado el bulto, el poeta había discernido con precisión
meridiana una carta que procedió a rasgar ante sus, propios ojos.
Esta conducta inédita, incompatible con la serenidad y discreción del
vate, alentó en el cartero el inicio de un interrogatorio, y por qué no decirlo,
de una amistad.
-¿Por qué abre esa carta antes que las otras?
-Porque es de Suecia.
-¿Y qué tiene de especial Suecia, aparte de las suecas?
Aunque Pablo Neruda poseía un par de párpados inconmovibles,
parpadeó.
-El Premio Nobel de Literatura, mijo.
-Se lo van a dar.
-Si me lo dan, no lo voy a rechazar.
-¿Y cuánta plata es?
El poeta, que ya había llegado al meollo de la misiva, dijo sin énfasis:
-Ciento cincuenta mil doscientos cincuenta dólares.
Mario pensó la siguiente broma: «Y cincuenta centavos», mas su instinto
reprimió su contumaz impertinencia, y en cambio preguntó de la manera
más pulida:
-¿Y?
-¿Hmm?
-¿Le dan el Premio Nobel?
-Puede ser, pero este año hay candidatos con más chance.
-¿Por qué?
-Porque han escrito grandes obras.
-¿Y las otras cartas?
-Las leeré después -suspiró el vate.
-¡Ah!
Mario, que presentía el fin del diálogo, se dejó consumir por una
ausencia semejante a la de su predilecto y único cliente, pero tan radical,
que obligó al poeta a preguntarle:
-¿Qué te quedaste pensando?
-En lo que dirán las otras cartas. ¿Serán de amor?
El robusto vate tosió.
-¡Hombre, yo estoy casado! ¡Que no te oiga Matilde!
-Perdón, don Pablo.

Neruda arremetió con su bolsillo y extrajo un billete del rubro «más que
regular». El cartero dijo «gracias», no tan acongojado por la suma como
por la inminente despedida. Esa misma tristeza pareció inmovilizarlo
hasta un grado alarmante. El poeta, que se disponía a entrar, no pudo
menos que interesarse por una inercia tan pronunciada.
-¿Qué te pasa?
-¿Don Pablo?
-Te quedas ahí parado como un poste.
Mario torció el cuello y buscó los ojos del poeta desde abajo: -¿Clavado
como una lanza?
-No, quieto como torre de ajedrez.
-¿Más tranquilo que gato de porcelana?
Neruda soltó la manilla del portón, y se acarició la barbilla.
-Mario Jiménez, aparte de Odas elementales tengo libros mucho
mejores. Es indigno que me sometas a todo tipo de comparaciones y
metáforas.
-¿Don Pablo?
-¡Metáforas, hombre!
-¿Qué son esas cosas?
El poeta puso una mano sobre el hombro del muchacho.
-Para aclarártelo más o menos imprecisamente, son modos de decir
una cosa comparándola con otra.
-Deme un ejemplo.
Neruda miró su reloj y suspiró.
-Bueno, cuando tú dices que el cielo está llorando. ¿Qué es lo que
quieres decir?
-¡Qué fácil! Que está lloviendo, pu’.
-Bueno, eso es una metáfora.
-Y ¿por qué, si es una cosa tan fácil, se llama tan complicado? -Porque
los nombres no tienen nada que ver con la simplicidad o complicidad de
las cosas. Según tu teoría, una cosa chica que vuela no debiera tener un
nombre tan largo como mariposa. Piensa que elefante tiene la misma
cantidad de letras que mariposa y es mucho más grande y no vuela -concluyó
Neruda exhausto. Con un resto de ánimo, le indicó a Mario el
rumbo hacia la caleta. Pero el cartero tuvo la prestancia de decir:
-¡P’tas que me gustaría ser poeta!
-¡Hombre! En Chile todos son poetas. Es más original que sigas siendo
cartero. Por lo menos caminas mucho y no engordas. En Chile todos
los poetas somos guatones.
Neruda retomó la manilla de la puerta, y se disponía a entrar, cuando
Mario mirando el vuelo de un pájaro invisible, dijo:
-Es que si fuera poeta podría decir lo que quiero.
-¿Y qué es lo que quieres decir?

-Bueno, ése es justamente el problema. Que como no soy poeta, no
puedo decirlo.
El vate se apretó las cejas sobre el tabique de la nariz.
-¿Mario?
-¿Don Pablo?
-Voy a despedirme y a cerrar la puerta.
-Sí, don Pablo.
-Hasta mañana.
-Hasta mañana.
Neruda detuvo la mirada sobre el resto de las cartas, y luego entreabrió
el portón. El cartero estudiaba las nubes con los brazos cruzados sobre
el pecho. Vino hasta su lado y le picoteó el hombro con un dedo. Sin
deshacer su postura, el muchacho se lo quedó mirando.
Volví a abrir, porque sospechaba que seguías aquí.
-Es que me quedé pensando.
Neruda apretó los dedos en el codo del cartero, y lo fue conduciendo
con firmeza hacia el farol donde había estacionado la bicicleta.
-¿Y para pensar te quedas sentado? Si quieres ser poeta, comienza por
pensar caminando. ¿O eres como John Wayne, que no podía caminar y
mascar chiclets al mismo tiempo? Ahora te vas a la caleta por la playa y,
mientras observas el movimiento del mar, puedes ir inventando metáforas.
-¡Deme un ejemplo!
-Mira este poema: «Aquí en la Isla, el mar, y cuánto mar. Se sale de sí
mismo a cada rato. Dice que sí, que no, que no. Dice que sí, en azul, en
espuma, en galope. Dice que no, que no. No puede estarse quieto. Me
llamo mar, repite pegando en una piedra sin lograr convencerla.
Entonces con siete lenguas verdes, de siete tigres verdes, de siete perros
verdes, de siete mares verdes, la recorre, la besa, la humedece, y se golpea
el pecho repitiendo su nombre». -Hizo una pausa satisfecho-. ¿Qué
te parece?
-Raro.
-«Raro.» ¡Qué crítico más severo que eres!
-No, don Pablo. Raro no lo es el poema. Raro es como yo me sentía
cuando usted recitaba el poema.
-Querido Mario, a ver si te desenredas un poco, porque no puedo pasar
toda la mañana disfrutando de tu charla.
-¿Cómo se lo explicara? Cuando usted decía el poema, las palabras
iban de acá pa’llá.
-¡Como el mar, pues!
-Sí, pues, se movían igual que el mar.
-Eso es el ritmo.
-Y me sentí raro, porque con tanto movimiento me marié.

-Te mareaste.
-¡Claro! Yo iba como un barco temblando en sus palabras.
Los párpados del poeta se despegaron lentamente.
-«Como un barco temblando en mis palabras.»
-¡Claro!
-¿Sabes lo que has hecho, Mario?
-¿Qué?
-Una metáfora.
-Pero no vale, porque me salió de pura casualidad, no más.
-No hay imagen que no sea casual, hijo.
Mario se llevó la mano al corazón, y quiso controlar un aleteo desaforado
que le había subido hasta la lengua y que pugnaba por estallar entre
sus dientes. Detuvo la caminata, y con un dedo impertinente manipulado
a centímetros de la nariz de su emérito cliente, dijo:
-Usted cree que todo el mundo, quiero decir todo el mundo, con el viento,
los mares, los árboles, las montañas, el fuego, los animales, las casas,
los desiertos, las lluvias...
-... ahora ya puedes decir «etcétera».
-... ¡los etcéteras! ¿Usted cree que el mundo entero es la metáfora de
algo?
Neruda abrió la boca, y su robusta barbilla pareció desprendérsele del
rostro.
-¿Es una huevada lo que le pregunté, don Pablo?
-No, hombre, no.
-Es que se le puso una cara tan rara.
-No, lo que sucede es que me quedé pensando.
Espantó de un manotazo un humo imaginario, se levantó los desfallecientes
pantalones y, punzando con el índice el pecho del joven, dijo:
-Mira, Mario. Vamos a hacer un trato. Yo ahora me voy a la cocina, me
preparo una omelette de aspirinas para meditar tu pregunta, y mañana
te doy mi opinión.
-¿En serio, don Pablo?
-Sí, hombre, sí. Hasta mañana.
Volvió a su casa y, una vez junto al portón, se recostó en su madera y
cruzó pacientemente los brazos.
-¿No se va a entrar? -le gritó Mario.
-Ah, no. Esta vez espero a que te vayas.
El cartero apartó la bicicleta del farol, hizo sonar jubiloso su campanilla,
y, con una sonrisa tan amplia que abarcaba poeta y contorno,
dijo:
-Hasta luego, don Pablo.
-Hasta luego, muchacho.


viernes, 7 de mayo de 2010

UN RATO DE OCIO


EMPEZAMOS EL CLUB DE LECTURA.

Os hago una invitación a todos para que acompañéis en una tertulia literaria. Estamos a final de curso y necesitamos un ratito de tranquilidad para evadirnos de la rutina. Os propongo la lectura de EL CARTERO DE NERUDA , novela de ANTONIO SKÁRMETA, escritor chileno que ha cultivado por igual la narrativa y el guión cinematográfico.




Adaptada al teatro y al cine, es todo un hallazgo narrativo, una historia inspirada y un clásico en la obra de este importante escritor chileno. La relación que se establece entre Pablo Neruda y su habitual cartero en Isla Negra es la línea dramática –y también cómica– por la que se asoma la realidad de Chile, con la llegada de Salvador Allende al gobierno.


Es una novelita muy corta que podéis encontrar también en internet y que nos relata la historia de un joven pescador, Mario, que decide dejar las redes y colgarse al hombro una cartera con la escasa correspondencia que transita por Isla Negra.

Poco a poco os iré dando más datos y proponiendo temas de debate. Por ahora os amino a la lectura y os prometo entretenimiento.

Propongo la fecha para comentar la obra entera el 15 de junio. Ya me diréis cómo lo lleváis.


COMIENZA ASÍ:

En junio de 1969 dos motivos tan afortunados como triviales condujeron
a Mario Jiménez a cambiar de oficio. Primero, su desafecto por las
faenas de la pesca que lo sacaban de la cama antes del amanecer, y casi
siempre, cuando soñaba con amores audaces, protagonizados por heroínas
tan abrasadoras como las que veía en la pantalla del rotativo de San
Antonio. Este talento, unido a su consecuente simpatía por los resfríos,
reales o fingidos, con que se excusaba día por medio de preparar los
aparejos del bote de su padre, le permitía retozar bajo las nutridas mantas
chilotas, perfeccionando sus oníricos idilios, hasta que el pescador
José Jiménez volvía de alta mar, empapado y hambriento, y él mitigaba
su complejo de culpa sazonándole un almuerzo de crujiente pan, bulliciosas
ensaladas de tomate con cebolla, más perejil y cilantro, y una
dramática aspirina que engullía cuando el sarcasmo de su progenitor lo
penetraba hasta los huesos.
-Búscate un trabajo -era la escueta y feroz frase con que el hombre
concluía una mirada acusadora, que podía alcanzar hasta los diez minutos,
y que en todo caso nunca duró menos de cinco.
-Sí, papá -respondía Mario, limpiándose las narices con la manga del
chaleco.
Si este motivo fuera el trivial, el afortunado fue la posesión de una alegre
bicicleta marca Legnano, valiéndose de la cual Mario trocaba a diario
al menguado horizonte de la caleta de pescadores por el algo mínimo
puerto de San Antonio, pero que en comparación con su caserío lo impresionaba
como fastuoso y babilónico. La mera contemplación de los afiches
del cine con mujeres de bocas turbulentas y durísimos tíos de
habanos masticados entre dientes impecables, lo metía en un trance del
que sólo salía tras dos horas de celuloide, para pedalear desconsolado de
vuelta a su rutina, a veces bajo una lluvia costeña que le inspiraba resfríos
épicos. La generosidad de su padre no alcanzaba a tanto como para
fomentar la molicie, de modo que varios días de la semana, carente de
dinero, Mario Jiménez tenía que conformarse con incursiones a las tiendas
de revistas usadas, donde contribuía a manosear las fotos de sus
actrices predilectas.
Fue uno de aquellos días de desconsolado vagabundeo, cuando descubrió
un aviso en la ventana de la oficina de correos que, a Pesar de
estar escrito a mano y sobre una modesta hoja de cuaderno de matemáticas,
asignatura en la que no había destacado durante la escuela primaria,
no pudo resistir.

Si os apetece empezar con ella aquí dodéis encontarla. ¡ Feliz viaje¡¡¡¡

http://www.scribd.com/doc/7105181/Skarmeta-Antonio-El-Cartero-de-Neruda
 
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