BIENVENIDOS AL CLUB DE LECTURA DEL IES J.RODRIGO DE MADRID

Uno es dueño de grandes ideales y de pequeñas lecturas, y las pequeñas lecturas nos definen tanto como nuestros grandes ideales. L. G. Montero



jueves, 23 de diciembre de 2010

BOTCHAN. NATSUME SOSEKI


Botchan es un clásico de la literatura moderna japonesa, y desde hace más de cien años, una de las novelas más leídas por los lectores de ese país.
Es una lectura sencilla que oculta una reflexión sobre la hipocresía, la envidia y las extrañas relaciones que entablamos los adultos.
Botchan es un joven que, recién terminados sus estudios, se traslada desde Tokio a una pequeña población de la isla de Shikoku para trabajar como profesor de matemáticas. De él sabemos que es temerario, impetuoso e incluso desarraigado. Sin embargo, observamos también que tiene un gran amor a la mujer que lo crió y que siempre ha confiado en él.
Sus primeros días en su nuevo trabajo no son tan fáciles como él imaginaba. De hecho ,todos aquellos que él había tildado de pueblerinos le harán la vida imposible.Los alumnos le convierten en el blanco de sus burlas, y las relaciones entre los profesores están marcadas por la falsedad. Pero a nuestro héroe no le importa tanto no encajar como la falta de honorabilidad que presencia a su alrededor: los alumnos no afrontan las consecuencias de sus actos y dan mil rodeos para aparecer inocentes de sus travesuras. Por su parte, los profesores forman una sociedad donde las alianzas basadas en un doble juego hipócrita están a la orden del día.
Botchan siente que su código de honor, demasiado idealista, choca frontalmente con los tejemanejes de profesores y alumnos. Sorprende quizá la actualidad del tema, y el ver reflejado de forma bastante realista una escuela actual comparada con aquella de hace cien años. LAs disputas entre profesores, y sobre todo la mezquindad entre compañeros reflejan un mundo cercano.
Sorprende de Botchan su inocencia, a pesar de ser un joven de veintitrés años que debiera estar ya algo más maleado; y es esa candidez precisamente lo que lo desmarca,posiblemente, de las comparaciones que entre su personaje y el archifamoso Holden Caulfield de “El guardián entre el centeno” se han establecido. Esta candidez la mantiene hasts el final.
Pero el personaje de Botchan logra la simpatía del lector, aunque a mi parecer no tanto como se ha querido ver en la crítica. Botchan es un personaje poco maduro que a veces actúa más como un alumno que como un profesor y que no está dispuesto a encajar en un mundo desconocido para él.
A pesar de intentar defender su código de honor, Botchan está condenado al fracaso. Aunque la novela termina con una aparente victoria, entendemos que realmente ha perdido en su lucha contra la terca realidad de la vida y que allá donde vaya, estará siempre condenado a arrastrar su ingenuidad, preservándola con terquedad y sacrificando por ella lo que sea necesario.
Botchan es una lectura amena, aunque a veces es un poco predecible. Yo no he tenido la sensación de ser una obra cargada de humor, como dicen otros. No me ha sacado carcajadas pero me ha hecho pensar en lo actual de una obra que supera ya el siglo.
NATSUME SOSEKI

Traducción del japonés de José Pazó
ISBN: 978-84-935927-7-6
IMPEDIMENTA
Rústica con sobrecubierta
240 páginas


Natsume Soseki, seudónimo literario de Natsume Kinnosuke (1867- 1916) . Descendiente de una familia de samuráis venida a menos, fue dado en adopción. Se dedicó en un principio a la composición de Haikus. Tras graduarse en 1893, Soseki empieza a trabajar como profesor en la Escuela Normal de Tokio, pero pronto, en 1895, es destinado a la lejana Escuela Secundaria de Matsuyama, en la isla de Shikoku. Parte de sus experiencias en esta remota escuela rural serán recogidas en su novela Botchan, que publicará en 1906. En 1900 se le concede a Soseki una exigua beca del gobierno japonés y se le envía a Inglaterra. En este país pasará los años más tristes de su vida, leyendo libros sin parar, deambulando por las calles y pasando miserias. Regresa a Japón en 1902, con un contrato de cuatro años para enseñar en la Universidad Imperial de Tokio.La fama le llegará con la publicación en 1905 de Yo, el gato. Ese mismo año publica La torre de Londres, y en 1906 aparecerá Botchan, que le catapulta al éxito y que se convierte automáticamente en un best-seller y en una de las novelas más leídas por los japoneses durante décadas. Soseki escribió catorce novelas a lo largo de su vida, culminando en Kokoro, su obra maestra. En 1984, y en homenaje a su fama y trascendencia, el gobierno japonés decidió poner su efigie en los billetes de mil yenes.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

EL RULETISTA DE M. CARTARESCU



‘El ruletista’ ha estado prohibido durante años en Rumanía por la dureza y lo explícito de su argumento. En esta breve pieza de 64 páginas, extraída de hecho de un libro de relatos llamado Nostalgia, se narra la historia de un hombre al que nunca le ha sonreído la suerte, un auténtico perdedor, pero que sin embargo hace fortuna participando en mortales sesiones de ruleta rusa. Esto dará lugar a que la gente enloquezca en las ceremonias de muerte y redención en las que hace acto de presencia, llegando a formar largas colas para ver el morboso espectáculo.

Será un escritor moribundo que conoció al ruletista en su juventud, quien intente encontrarle sentido a cómo un auténtico don nadie, un hombre insulso, consiguió convertirse en un ser aparentemente inmortal e inexpugnable, sobre todo teniendo en cuenta que en él sólo latía el desesperado impulso de la autodestrucción. Sorprende y engancha desde el primer momento la mala suerte del ruletista, que no deja de alcanzar fama provocando con gran desfachatez a la propia suerte. Ésta nunca querrá acompañarle.
No deja de sorprender ni suquiera al final, donde de forma sencilla nos restriega la mala fortuna del protagonista. Todo ello por no hablar de ese público sórdido, ansioso de los deseos más mezquinos.
"El ruletista" establece uno de los más espléndidos hitos de la ficción narrativa de la reciente literatura europea actual.


En cuanto al hombre que nos propone tan interesante libro, Mircea Cartarescu, nació en Bucarest en el año 1956, es poeta, narrador y crítico literario. En la actualidad está considerado como el mejor narrador de su país e incluso se ha especulado alguna vez con que fuera el primer escritor rumano en obtener el Nobel de Literatura. De su obra destaca, además del ya citado ‘Nostalgia’, una obra titulada Levantul, epopeya que mezcla lo heroico y lo cómico en una aventura a través de la historia de la literatura rumana. Por otra parte, su último proyecto editorial se titula Orbitor y es una trilogía de tema onírico, de difícil lectura y prácticamente intraducible.

Aquí queda su foto.


El ruletista
Mircea Cartarescu
Impedimenta
ISBN 9788415130048

martes, 7 de diciembre de 2010

ORIKATA. CARLOS CONTRERAS ELVIRA




ORIKATA, de Carlos Contreras Elvira, ganador del XI Premio de Teatro Arte Joven de la comunidad de Madrid,es una obra de teatro relativmente breve en extensión pero que deja huella. ORIKATA es un término japonés para explicar los “ejercicios de doblado”, y hace referencia al milenario arte de la papiroflexia. Y es así como se desarrolla la historia que Carlos Contreras nos presenta, como un inteligente ejercicio de doblado y desdoblado en el que una serie de historias se entrecruzan en la atmósfera cercana y siempre misteriosa de un locutorio. La obra es la vida misma entre cuatro paredes de un locutorio poblado de personajes particulares.
Personajes que nos podemos cruzar diariamente en una pequeña ciudad de provincias, o en una gran urbe, o en un pueblo de la periferia de cualquier gran ciudad. Personas que arrastran su vida, su pasado, sus miserias y sus grandezas, y que dejan al descubierto los problemas y las alegrías de cada una de ellas. Unos retazos de vidas en un locutorio que nos sorprenden por su gran cotidianeidad. Es una cuidada maniobra de doblaje, como si de un papel se tratara, para acercarnos personas llenas de vida.

Sorprende la adaptación de las diferentes formas de habla, la cercanía de los personajes procedentes de otros países. En definitiva, es una gran obra de teatro, con una temática arrolladoramente cercana.
Francamente, estupenda!

martes, 9 de noviembre de 2010

EL OFICINISTA. GUILLERMO SACCOMANO




Acabo de terminar la lectura de El oficinista del argentino Guillermo Saccomanno, ganadora del Premio Bibliotaca Breve 2010. Comentábamos que es uno de los escritores que se paseó por el festival ñ, del que ya hablamos en el Rincón Poético.

Sus poquitas páginas, el tamaño generoso de la letra y de los cortos capítulos, invitan a la lectura. ‘El oficinista’ nos narra la historia de un trabajador con una vida absolutamente gris y rutinaria, en un mundo apocalíptico y que está dominado por la violencia, el odio y lo impersonal de todas las acciones. Justo cuando su vida parece no tener ningún tipo de aliciente entra en escena la secretaria de su oficina, de la que se sentirá inmediatamente enamorado. Así, Saccomanno nos cuenta cómo este hombre ve su salvación en este hecho y cómo observa que su mundo ha cambiado por el simple hecho de haber sentido el amor.

Muchas veces este amor le provoca tener un sinfín de pensamientos bastante desagradables. Este oficinista llega a rallar con la paranoia. Y es que gran parte de la novela se nutre de las ideas y sueños que pasan por la cabeza de nuestro protagonista. En una mezcla muy acertada de obsesión, pensamientos y realidad Saccomano nos lleva a meternos en la mente de este oficinista que se convierte en una especie de paranoico obsesivo. El protagonista monologa con su otro yo, convertido en enemigo de sí mismo, en una claustrofóbica imagen en la que es prisionero de la culpa y del malestar. Novela desasosegante y triste que retrata sin piedad la deshumanización y el fin de una época, el estrechamiento moral de un mundo amoral.

Lo que más me ha gustado es el final, que aunque previsible, da un halo de realidad a toda la burbuja que el protagonista se había construído.
Leyendo las opinieones de los miembros del jurado que le otorgaron el premio, comparando esta prosa a la del mismísimo Kafka, pienso que algo se me ha debido escapar. No sé si es un libro merecedor de un premio ocmo hemos señalado antes, pero se lee de forma ágil y es entretenido. No es mi mejor lectura, pero ya sabemos que de todo debe haber un poco.

Seix Barral
201 páginas
ISBN: 978-84-322-1282-6
18 euros

lunes, 8 de noviembre de 2010

OPINIÓN SOBRE MIS LECTURAS



Abro una nueva sección en este club de lectura. POCO A POCO IRÉ COMENTANDO ALGUNAS DE MIS LECTURAS FAVORITAS. Esas lecturas que por una razón u otra han pasado por mis manos y me han parecido interesantes para conservar en la memoria. Todo ello se irá archivando en OPINIONES SOBRE MIS LECTURAS.
Os invito a todos a comentar esas experiencias que tengáis con esos libros o a sugerir nuevos.
Sea como sea , la literatura siempre es un sentimiento egoista muy propio para ser compartido.

EL LOCO Y EL COJO DE JAIME BAYLY




ÉSte es uno de esos libros que te deja mal sabor de boca. Un libro que engancha desde el principio, pero la crueldad del mundo aflora con tal nitidez que te dan ganas de vomitar. Sin embargo, sus líneas te transportan a entender la frialdad de sus personajes.

Nació jodido porque su destino era el de ser cojo, cojo desde niño, y que sus padres se avergonzaran de él y lo escondieran de sus amigos y lo trataran como a un apestado.

El destino de Bobby parece estar jodido desde que se volvió cojo. Sus padres se avergüenzan de él y lo envían a estudiar fuera. En el barco es abusado por la tripulación. Humillado, se propone nunca más ser la víctima y pasar a ser el victimario. Apasionado de las motos y las armas de fuego, incapaz de ser leal o de amar, vuelve a Lima dispuesto a vengar su suerte contrariada.

El loco Pancho es bruto, feo, sucio y tartamudo. Además, está poseído por una lujuria incontrolable. Cuando en una lejana hacienda parece enderezar su destino, la reforma agraria lo obliga a regresar a Lima. Incapaz de adaptarse a las costumbres burguesas, se aficiona a la marihuana, se vuelve hippie, quemas sus documentos, abandona a su familia y huye a las montañas, buscando una paz que le resulta esquiva.

Éste es el relato brutal y vertiginoso de las vidas de dos jóvenes de la clase alta limeña, el cojo y el loco, víctimas de la crueldad y las vejaciones de sus padres, quienes los convierten en dos sujetos sin escrúpulos, dispuestos a dinamitar todo lo que encuentren en su camino. Su marginalidad proviene, en última instancia, del desajuste entre sus rasgos físicos –la cojera, la tartamudez— y los valores típicos de su clase, donde lo distinto es considerado deforme, anormal, y, por tanto, es ocultado como una infamia.

Un amigo me lo puso en las manos y debo reconocer que estos dos antihéroes me hicieron comprender ciertas injusticias humanas. Jaime Bayly es una de las plumas peruanas con más proyección en estos tiempos.

Alfaguara 2009
146 páginas
ISBN: 978-84-204-0571-1

viernes, 5 de noviembre de 2010

FIN DE CLUB DE LECTURA NOVECCENTO

OS DOY LAS GRACIAS A TODOS LOS QUE HABÉIS CONTRIBUIDO A QUE ESTE PEQUEÑO CLUB DE LECTURA HAYA PODIDO REALIZARSE.
ESPERO QUE TODOS HAYAMOS DISFRUTADO UN POCO DE LA LECTURA Y OS INVITO A PARTICIPAR EN EL QUE REALIZAREMOS EN EL 2º TRIMESTRE. ALLÁ POR ENERO OS PROPONDRÉ LA LECTURA DE UNA NUEVA LECTURA.
SI OS APETECE YA SABÉIS DÓNDE ENCONTRARME.

FELIZ OTOÑO A TODOS Y A DISFRUTAR DE LA VIDA, SENCILLA E INSIGNIFICANTE, PERO GRANDE Y HERMOSA.

lunes, 25 de octubre de 2010

FINAL. NOVECENTO




" No fue lo que vi lo que me detuvo. Fue lo que no vi. ¿ Puedes comprenderlo, hermano? fue lo que no vi..., lo busqué, pero no existía, en toda aquella inmensa ciudad había de todo excepto... Había de todo excepto un final. Lo que no vi es dónde terminaba todo aquello. El final del mundo.

Imagínate: un piano. Las teclas empiezan. las teclas acaban. Tú sabes que hay ochenta y ocho. No son infinitas. Tú eres infinito, y con esas teclas es infinita la música que puedes crear. Ellas son ochente y ocho. Tú eres infinito. "

sábado, 16 de octubre de 2010

DECISIÓN




" y fue entonces, en ese momento , cuando se cayó el cuadro.
A mí siempre me ha sorprendido el asunto ese de los cuadros. Están colgados durante años, después, sin que pase nada, zas, al suelo, se caen. Están ahí, colgados del clavo, nadie les dice nada, pero ellos, en cierto momento, zas, se caen al suelo, como piedras. En el silencio más absoluto, zas, con todo inmóvil a su alrededor, ni tan siquiera una mosca que se mueva, y ellos, zas. No hay una causa ¿ por qué precisamente en ese instante? No se sabe. Zas. ¿ Qué es lo que le sucede a un clavo para que decida que ya no puede más? ¿ Tiene él también un alma, el pobrecillo? ¿ Toma deisiones? Habló largamente sobre el tema del cuadro ( ...)
Cuando se cae un cuadro. Cuando despiertas una mañana y ya no la amas. Cuando abres el periódico y lees que ha estallado la guerra. Cuando ves un tren y decides que tienes que largarte en él. Cuando te miras en el espejo y te das cuanta de que eres viejo. Cuando en mitad del océano, Novecento levantó la mirada de su plato y me dijo: " En Nueva York, dentro de tres días, bajaré de este barco" "

viernes, 8 de octubre de 2010

DUELO DE PIANO






El duelo entre ambos músicos es una de las partes claves de este relato. El enfrentamiento entre dos formas de concebir la música, o podríamos decir, la vida, queda reflejado en la rivalidad de estas notas.
La inocencia de Novecento da paso a una reafirmación de la música como sentimiento pleno, como forma de vida y como elección. La prepotencia de Jelly Roll cae ante la magia de la música del pianista del océano.

Maravilloso fragmento.

domingo, 3 de octubre de 2010

COMIENZO DE LA AMISTAD . NOVECENTO



" Aquella noche, en mitad de la tormenta, con ese aspecto de caballero de vacaciones, me encontró allí, perdido en un pasillo cualquiera, con la cara de un difunto, me miró, sonrió y me dijo: "ven".
y , en fin, si alguien que toca la trompeta en un barco se encuentra en mitad de una tormenta a alguien que le dice " ven" , el que toca la tompeta sólo puede hacer una cosa: ir. Y me fui tras él. Él caminaba. Yo... era un poco diferente, no tenía aquella com`postura, pero en fin..., llegamos al salón de baile, y después, rebotando de una punta a otra, yo , obviamente, porque él parecía que tenía raíles debajo de los pies, llegamos hasta cerca del piano. Estaba casi a oscuras, sólo se veía una lucecita, aquí y allá. Novecento me señaló las patas del piano.
...
Novecento dijo que todavía tenía quer perfeccionar ese truco. Yo le dije que en el fondo se trataba sólo de ajustar los frenos. El comandante , acabada la tormenta, dijo : "¡ ME CAGO EN VOSOTROS DOS, AHORA MISMO VAIS A LA SALA DE MÁQUINAS Y OS QUEDÁIS ALLÍ, PORQUE SI NO , OS MATO CON MIS PROPIAS MANOS. Y QUE QUEDE CLARO QUE LO PAGARÉIS TODO, HASTA EL ÚLTIMO CÉNTIMO, AUNQUE TENGÁIS QUE TRABAJAR HASTA EL RESTO DE VUESTROS DÍAS, COMO QUE ESTE BARCO SE LLAMA VIRGINIAN Y QUE VOSOTROS DOS SOIS LOS DOS IMBÉCILES MÁS GRANDES QUE HAN CRUZADO EL OCÉANO"
Ahí abajo, en la sala de máquinas, aquella misma noche, Novecento y yo nos hicimos amigos. Uña y carne. Y para siempre.
Nos pasamos todo el tiempo contando lo que podría costar en dólares lo que habíamos roto. Y cada vez nos reiamos más. Y si pienso en ello, me parece que aquello era ser feliz. O algo parecido. "

sábado, 2 de octubre de 2010

NOVECENTO

COMIENZA EL CLUB DE LECTURA CON EL MONÓLOGO TEATRAL NOVECENTO DE ALEXANDRO BARICCO. Espero que ya todos hayáis conseguido el texto y lo podáis disfrutar.
Es una obra tan cortita que podemos comentarla dentro de un mes.
Para el 1 de noviembre espero vuestras opiniones, reflexiones, comentarios, aportaciones y todos aquello que se os ocurra.
Yo iré dando pequeños detalles del texto, que, si os apetece podemos comentar juntos durante estos días. Y después, a partir del 1 de noviembre vustras impresiones son más que esperadas.

FELIZ LECTURA. LO PODÉIS ENCONTRAR EN http://www.4shared.com

viernes, 24 de septiembre de 2010

INVITACIÓN AL CLUB DE LECTURA. NOVECENTO DE A. BARICCO



HOLA A TODOS¡¡¡¡¡

A partir del 1 de octubre empezamos una nueva experiencia juntos. Comenzamos de nuevo con EL CLUB DE LECTURA en este 1º trimestre.
La novela elegida es NOVECENTO LAa leyenda del pianista en el océano del escritor italiano ALESSANDRO BARICCO. Es un pequeño relato lleno emoción, lirismo y musicalidad. De hecho, desde el principio ocmenzamos a escuchar esa música que emana del Virginian, el transatlántico donde se desarrolla la acción. Cada noche un pianista extraordinario , llamado Novecento, es capaz de arrancar las mejores notas de su piano. se decía que el pianista había nacido en el barco, del que nunca había descendido. Nadie sabe la razón.

El texto es muy breve y también lo podéis encontrar sin dificultad en internet.

Animaos y espero que me vayáis acompañando con vuestros comentarios. Todos disfrutaremos .

La encontraréis en el siguiente enlace, junto con otras joyas del escritor:

http://www.4shared.com/file/Yw_HDmFg/ALBA2PandoBlogMar.html?cau2=403tNull

sábado, 19 de junio de 2010

A TODOS VOSOTROS... LECTORES



A TODOS, a vosotros,
los silenciosos seres de la noche
que tomaron mi mano en las tinieblas, a vosotros,
lámparas
de la luz inmortal, líneas de estrella,
pan de las vidas, hermanos secretos,
a todos, a vosotros,
digo: no hay gracias,
nada podrá llenar las copas
de la pureza,
nada puede
contener todo el sol en las banderas
de la primavera invencible,
como vuestras calladas dignidades.
Solamente
pienso
que he sido tal vez digno de tanta
sencillez, de flor tan pura,
que tal vez soy vosotros, eso mismo,
esa miga de tierra, harina y canto,
ese amasijo natural que sabe
de dónde sale y dónde pertenece.
No soy una campana de tan lejos,
ni un cristal enterrado tan profundo
que tú no puedas descifrar, soy sólo
pueblo, puerta escondida, pan oscuro,
y cuando me recibes, te recibes
a ti mismo, a ese huésped
tantas veces golpeado
y tantas veces
renacido.
A todo, a todos,
a cuantos no conozco, a cuantos nunca
oyeron este nombre, a los que viven
a lo largo de nuestros largos ríos,
al pie de los volcanes, a la sombra
sulfúrica del cobre, a pescadores y labriegos,
a indios azules en la orilla
de lagos centelleantes como vidrios,
al zapatero que a esta hora interroga
clavando el cuero con antiguas manos,
a ti, al que sin saberlo me ha esperado,
yo pertenezco y reconozco y canto.

Poema de Pablo Neruda

Es el propio Neruda quien nos da las gracias por haber disfrutado juntos de esta novela. ¡Mucho Neruda, siempre!


Estamos en fechas de mucho trabajo , por eso ya no os pido más esfuerzo. Sólo me gustaría que, si os apetece, dejaráis, a modo de conclusión, vustras impresiones sobre la novela, sobre los poemas, sobre la película, sobre el club de lectura...

Muchas gracias a todos por estar ahí.

jueves, 17 de junio de 2010

MUERTE DE NERUDA


""""su casa frente al mar y la casa de agua que
ahora levitaba tras esos vidrios que también eran agua, sus ojos que
también eran la casa de las cosas, sus labios que eran la casa de las palabras
y ya se dejaban mojar dichosamente por esa misma agua que un
día había rajado el ataúd de su padre tras atravesar lechos, balaustradas
y otros muertos, para encender la vida y la muerte del poeta como un
secreto que ahora se le revelaba y que, con ese azar que tiene la belleza
y la nada, bajo una lava de muertos con ojos vendados y muñecas sangrantes
le ponía un poema en los labios, que él ya no supo si dijo, pero
que Mario sí oyó cuando el poeta abrió la ventana y el viento desguarneció
las penumbras:
Yo vuelvo al mar envuelto por el cielo,
el silencio entre una y otra ola
establece un suspenso peligroso:
muere la vida, se aquieta la sangre
hasta que rompe el nuevo movimiento
y resuena la voz del infinito.
Mario lo abrazó desde atrás, y levantando las manos para cubrirle sus
pupilas alucinadas, le dijo:
-No se muera, poeta.""""


Esta muerte del poeta , este final del libro recuerda mucho a la muerte de otro gran personaje, en este caso literario: Don Quijote. Su gran amigo Sancho , en su lecho de muerte le suplica que no se muera:



"Y volviéndose a Sancho le dijo: perdóname amigo, de la ocasión que te he hecho de parecer como loco, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes por el mundo.
-¡Ay!, respondió Sancho llorando. no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años; porque la mayor LOCURA QUE PUEDE HACER UN HOMBRE EN ESTA VIDA ES DEJARSE MORIR....

DISCURSO RECEPCIÓN PREMIO NOBEL

Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones, lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros limites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta.
Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata -eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando mas bien el derrotero de mi propia libertad. Los que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse más seguros montados en sus caballos marcaban de un machetazo aquí y allá las cortezas de los grandes árboles dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me dejaran solo con mi destino. Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de años, los troncos semi-derribados que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión. A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura.
A cada lado de la huella contemplé, en aquella salvaje desolación, algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos cúmulos de madera para recordar a los caídos, para hacer pensar en los que no pudieron seguir y quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con sus machetes las ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades del invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos.
Teníamos que cruzar un río. Esas pequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas, rompen tierras y rocas con la energía y la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis pies se afanaban al garete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los baqueanos, los campesinos que me acompañaban me preguntaron con cierta sonrisa:
-¿Tuvo mucho miedo?
-Mucho. Creí que había llegado mi última hora, dije.
Íbamos detrás de usted con el lazo en la mano me respondieron. -Ahí mismo -agregó uno de ellos- cayó mi padre y lo arrastró la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted. Seguimos hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las herraduras: más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido sobre las rocas. La cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, el espléndido, el difícil camino.
Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de rios y el cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningún follaje.
Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición de sagrada tuvo aun la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto. Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aún en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo.
Más lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio cierto de habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al parecer vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al calor de la lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de día y de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo ml humo que vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que, naciendo de las brasas y la oscuridad, nos traía la primera voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, hacia la infinita extensión de la vida.
Ellos ignoraban quienes éramos, ellos nada sabían del fugitivo, ellos no conocían mi poesía ni mi nombre. ¿O lo conocían, nos conocían? El hecho real fue que junto a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba una corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno.
Chapoteamos gozosos, cavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer emprendimos los últimos kilómetros de jornadas que me separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un aire nuevo, de un aliento que nos empujaba al gran camino del mundo que me estaba esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los montañeses algunas monedas de recompensa por las canciones, por los alimentos, por las aguas termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que nos salió al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en ese nada más en ese silencioso nada más había muchas cosas subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos sueños.
Señoras y Señores:
Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.
En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo esta sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesia en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un vertiginoso río, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde.
De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.
En verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.
El poeta no es un pequeño dios. No, no es un pequeño dios. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos.
Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificacion. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de libros, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.
En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar ese espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra obligación de pobladores y -al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación critica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores, sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como sueños. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar. Tal vez ésa sea la razón determinante de mi humilde caso individual: y en esa circunstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera con que alguien, otros que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.
Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.
Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe.
Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, ¿Qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran continente americano? ¿Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.
Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.
Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l'aurore, armés d'une ardente patience, nous entrerons aux splendides villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)
Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.
En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.
Así la poesía no habrá cantado en vano.

lunes, 14 de junio de 2010

LA AMISTAD

LLega el momento. Iremos comentando poco a poco diferentes aspectos de la novela.

El TEMA principal de la novela sea posiblemente la AMISTAD entre Mario y el poeta Pablo Neruda.En Mario se observa una entrega absoluta, y aunque al principio Don Pablo se mantiene más receloso, acaba volcado a los encantos de Mario.

A mí me gustaría estar
con usted en París nadando en nieve. Empolvándome en ella como un
ratón en un molino. Qué raro que aquí no nieva, cuando es Pascua.
¡Seguramente, culpa del imperialismo yankee! De todas maneras,
como señal de gratitud por su hermosa carta y su regalo, le dedico este
poema que escribí para usted, inspirado en sus odas, y que se llama
-no se me ocurrió un título más corto- Oda a la nieve sobre Neruda en
París (pausa y carraspeo).
Blanda compañera de pasos sigilosos,
abundante leche de los cielos,
delantal inmaculado de mi escuela,
sábana de viajeros silenciosos
que van de pensión en pensión
con un retrato arrugado en los bolsillos.
Ligera y plural doncella,
ala de miles de palomas,
pañuelo que se despide
de no sé qué cosa.
Por favor mi pálida bella,
cae amable sobre Neruda en París,
vístelo de gala con tu albo
traje de almirante,
y tráelo en tu leve fragata
a este puerto donde lo echamos tanto de menos.
(Pausa) Bueno, hasta aquí el poema y ahora los sonidos pedidos.

Sirva como ejemplo este frangmento de la novela. Ausencia del amigo que se ha ido, poema dedicado a su persona y después el trabajo de recopilar todos los sonidos de la isla. ¡ Con qué delicadeza acabará grabando todo¡

¿ qué opináis??

Me gustaría que cada uno se pusiera un nombre ficticio para poder hacer la conversación más fluída, pero todo es aceptado. Gracias por todo.

domingo, 13 de junio de 2010

LLEGAMOS AL FINAL

Hola a todos¡¡¡
Espero no estar sola en este viaje de tren. A veces siento que no me acompaña nadie, que estoy yo sola , eso sí acompañada de Neruda, Mario, Beatrice... Pero confío en que a partir del martes 15 os vayáis pronunciando con vuestras opiniones. Y si es antes BIENVENIDOS¡

De entrada comentar que el título original de esta novela era ARDIENTE PACIENCIA. Posiblemente , al llegar al final de la novela , ya os habréis dado cuenta del motivo del título. ¿ CUÁL ES???
Espero vuestras respuestas.
¿ Qué opináis: qué título es más acertado???



Os dejo uno de los poemas de Neruda, en concreto el nº 18 de 20 POEMAS DE AMOR Y UNA CANCIÓN DESESPERADA. Un pequeño regalo de este Nobel de Literatura, que lo ganó con mucho esfuerzo y muy buenos versos.

jueves, 10 de junio de 2010

CUENTA ATRÁS

SÓLO QUEDAN 4 DÍAS PARA COMENTAR LA NOVELA.
ESPERO QUE ESTÉIS DISFRUTANDO DE ELLA Y QUE PODAMOS OPINAR DE TODO LO QUE HEMOS SENTIDO, DE LO QUE NOS HA GUSTADO Y DE LO QUE NOS HA SUGERIDO .

OS ANIMO A ELLO¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

SALUDOS A TODOS.

jueves, 3 de junio de 2010

CARTA DE NERUDA DESDE PARIS

-Señoras y señores, voy a abrir la carta.
Puesto que ya se había propuesto incluir ese sobre, donde su nombre
aparecía reciamente diagramado por la tinta verde del poeta en su colección
de trofeos sobre la pared del dormitorio, lo fue rasgando con la
paciencia y la levedad de una hormiga. Con las manos temblorosas, puso
frente a sus ojos el contenido, y comenzó a silabearlo cuidando que no
se le saltara ni el más insignificante signo: -«Que-ri-do Ma-rio Ji-mé-nez
de pies a-la-dos.»
De un manotazo, la viuda le arrebató la carta y procedió a patinar
sobre las palabras sin pausa ni entonaciones:
Querido Mario Jiménez, de pies alados, recordada Beatriz González
de Jiménez, chispa e incendio de isla Negra, señora excelentísima Rosa
viuda de González, querido futuro heredero Pablo Neftalí Jiménez
González, delfín de isla Negra, eximio nadador en la tibia placenta de
tu madre, y cuando salgas al sol rey de las rocas, los volantines, y
campeón en ahuyentar gaviotas, queridos todos, queridísimos los cuatro.
No les he escrito antes como había prometido, porque no quería
mandarles sólo una tarjeta postal con las bailarinas de Degas. Sé que
ésta es la primera carta que recibes en tu vida, Mario, y por lo menos
tenía que venir dentro de un sobre; si no, no vale. Me da risa pensar
que esta carta te la tuviste que repartir tú mismo. Ya me contarás todo
lo de la isla, y me dirás a qué te dedicas ahora que la correspondencia
me llega a París. Es de esperar que no te hayan echado de correos y
telégrafos, por ausencia del poeta. ¿O acaso el presidente Allende te
ofreció algún ministerio?
Ser embajador en Francia es algo nuevo e incómodo para mí. Pero
entraña un desafío. En Chile, hemos hecho una revolución a la chilena
muy admirada y discutida. El nombre de Chile se ha engrandecido
de forma extraordinaria. ¡Hmm!
-El ¡hmm! es mío -intercaló la viuda, sumergiéndose otra vez en la
carta.
Vivo con Matilde en un dormitorio tan grande que serviría para alojar
a un guerrero con su caballo. Pero me siento muy, muy lejos de mis
días de alas azules en mi casa de isla Negra.
Los extraña y los abraza vuestro vecino y celestino, Pablo Neruda.
-Abramos el paquete -dijo doña Rosa tras cortar con el fatídico cuchillo
cocinero las cuerdas que lo ataban. Mario tomó la carta, y se puso a
revisar concienzudamente el final y luego el dorso.
-¿Eso era todo?
-¿Qué más quería, pues, yerno?
-Esa cosa con «PD» que se pone al terminar de escribir.
-No, pues, no tenía ninguna huevada con PD.
-Me parece raro que sea tan corta. Porque si uno la mira así de lejos,
como que se ve más larga.
-Lo que pasa es que la mami la leyó muy rápido -dijo Beatriz.
-Rápido o lento -dijo doña Rosa, a punto de acabar con la cuerda y el
paquete- las palabras dicen lo mismo. La velocidad es independiente de
lo que significan las cosas.
Pero Beatriz no oyó el teorema. Se había concentrado en la expresión
ausente de Mario, el cual parecía dedicarle su perplejidad al infinito.
-¿Qué te quedaste pensando?
-En que falta algo. Cuando a mí me enseñaron a escribir cartas en el
colegio, me dijeron que siempre había que poner al final PD y después
agregar alguna otra cosa que no se había dicho en la carta. Estoy seguro
de que don Pablo se olvidó de algo.
Rosa estuvo escarbando en la abundante paja que rellenaba el paquete,
hasta que terminó alzando con la ternura de una partera una
japonesísima grabadora Sony de micrófono incorporado.
-Le debe haber costado plata al poeta -dijo solemne. Se disponía a leer
una tarjeta manuscrita en tinta verde, pendiente de un elástico que circundaba
al aparato, cuando Mario se la arrebató de un manotazo.
-¡Ah, no señora! Usted lee demasiado rápido.
Puso la tarjeta algunos centímetros delante, como si la calzara sobre
un atril, y fue leyendo con su tradicional estilo silábico: «Que-ri-do
Ma-ri-o dos pun-tos a-pri-e-ta el bo-tón del me-di-o».
-Usted se demoró más en leer la tarjeta, que yo en leer la carta -simuló
un bostezo la viuda.
-Es que usted no lee las palabras, sino que se las traga, señora. Las
palabras hay que saborearlas. Uno tiene que dejar que se deshagan en
la boca.
Hizo una espiral con el dedo, y enseguida lo asestó en la tecla del
medio. Aunque la voz de Neruda fue emitida con fidelidad por la técnica
japonesa, sólo los días posteriores alertaron al cartero sobre los avances
nipones de la electrónica, pues la primera palabra del poeta lo turbó cual
un elixir: «Posdata».
-Cómo se para -gritó Mario.
Beatriz puso un dedo sobre la tecla roja.
-«Posdata» -bailó el muchacho e impregnó un beso en la mejilla de la
suegra-. Tenía razón señora. PD ¡Posdata! Yo le dije que no podía haber
una carta sin posdata. El poeta no se olvidó de mí. ¡Yo sabía que la
El cartero de Neruda
primera carta de mi vida tenía que venir con posdata! Ahora está todo
claro, suegrita. La carta y la posdata.

domingo, 23 de mayo de 2010

LA BODA



La boda tuvo lugar dos meses después -expresión del telegrafista- de
que se hubiera abierto el marcador. Rosa viuda de González, tallada en
maternal perspicacia no pasó por alto que las lides, a partir de la regocijada
inauguración del campeonato, empezaban a tener lugar en
enfrentamientos matutinos, diurnos y nocturnos. La palidez del cartero
se acentuó y no precisamente por los resfríos, de los cuales parecía
haberse curado por obra de magia. Beatriz González, por su parte, según
el cuaderno del cartero y testigos espontáneos, florecía, irradiaba,
destellaba, resplandecía, fulguraba, rutilaba y levitaba. De modo que
cuando un sábado por la noche, Mario Jiménez se hizo presente en la
hostería a pedir la mano de la muchacha con la honda convicción de que
su idilio sería tronchado por un escopetazo de la viuda que le volaría
tanto la florida lengua cuanto los íntimos sesos, Rosa viuda de González,
adiestrada en la filosofía del pragmatismo abrió una botella de champagne
Valdivieso demi-sec, sirvió tres vasos que se rebalsaron de
espuma, y dio curso a la petición del cartero sin una mueca, pero con
una frase que reemplazó a la temida bala: «A lo hecho, pecho».
Esta consigna tuvo una suerte de colofón en la misma puerta de la
iglesia, donde iba a santificarse lo irreparable, cuando el telegrafista,
erudito en indiscreciones, miró el traje azul de tela inglesa de Neruda y
exclamó cachondo:
-Se lo ve muy elegante, poeta.
Neruda se ajustó el nudo de la corbata de seda italiana, y dijo con marcada
nonchalance:
-Es que estoy en ensayo general. Allende me acaba de nombrar embajador
en París.
La viuda de González recorrió la geografía de Neruda, desde su calvicie
hasta las zapatos de festivo brillo, y dijo:
-¡Pájaro que come, se vuela!
Mientras avanzaban por el pasillo hacia el altar, Neruda le confidenció
a Mario una intuición.
-Mucho me temo, muchacho, que la viuda González está decidida a
enfrentar la guerra de las metáforas con una artillería de refranes.
La fiesta fue breve por dos motivos. El egregio padrino tenía taxi en la
puerta para transportarlo al aeropuerto, y los jóvenes esposos alguna
prisa para debutar en la legalidad tras meses de clandestinaje. El padre
de Mario, no obstante, se las amañó para infiltrar en el tocadiscos Un
vals para jazmín de Tito Fernández el Temucano, mediante el cual echó
un recio lagrimón evocando a su difunta esposa que «desde el cielo mira
este día de dicha de Marito» y trajo a la pista de baile a doña Rosa, la cual
se abstuvo de frases históricas mientras giraba en los brazos de ese hombre
«pobre, pero honrado».
Los esfuerzos del cartero tendientes a conseguir que Neruda danzara
una vez más Wait a minute, Mr. Postman por los Beatles, fracasaron. El
poeta ya se sentía en misión oficial y no incurrió en deslices que pudieran
alentar a la prensa de la oposición, que, a tres meses de gobierno de
Allende, ya hablaban de un estrepitoso fracaso.
El telegrafista no sólo declaró la semana entrante feriado para su súbdito
Mario Jiménez, sino que además lo liberó de asistir a las reuniones
políticas donde se organizaba a las bases para movilizar las iniciativas
del gobierno popular. «No se puede tener al mismo tiempo el pájaro en la
jaula y la cabeza en la patria», proclamó con inhabitual riqueza metafórica.

miércoles, 19 de mayo de 2010

LA POESÍA CONQUISTA A BEATRICE



Pero los trenes que conducen al paraíso son siempre locales y se
enredan en estaciones húmedas y sofocantes. Sólo son expresos aquellos
que viajan al infierno. Ese mismo ardor le sublevó las venas, al ver
avanzar detrás de los ventanales a doña Rosa viuda de González accionando
su cuerpo y pies enlutados, con la decisión de una metralleta. El
poeta juzgó atinado escamotear al cartero tras una cortina, y luego,
girando sobre sus talones, desprendió elegantemente su jockey ofreciéndole
con un brazo a la señora el más muelle de sus sillones. La viuda, en
cambio, rechazó la invitación y abrió ambas piernas. Dilatando su oprimido
diafragma, puso de lado los rodeos:
-Lo que tengo que decirle es muy grave para hablar sentada.
-¿De qué se trata, señora?
-Desde hace algunos meses merodea mi hostería ese tal Mario
Jiménez. Este señor se ha insolentado con mi hija de apenas dieciséis
años.
-¿Qué le ha dicho?
La viuda escupió entre los dientes:
-Metáforas.
El poeta tragó saliva.
-¿Y?
-¡Que con las metáforas; pues don Pablo, tiene a mi hija más caliente
que una termita!
-Es invierno, doña Rosa.
-Mi pobre Beatriz se está consumiendo entera por ese cartero. Un hombre
cuyo único capital son los hongos entre los dedos de sus pies trajinados.
Pero si sus pies bullen de microbios, su boca tiene la frescura de
una lechuga y es enredosa como un alea. Y lo más grave, don Pablo, es
que las metáforas para seducir a mi niñita las ha copiado descaradamente
de sus libros.
-¡No!
-¡Sí! Comenzó inocentemente hablando de una sonrisa que era una
mariposa. ¡Pero después ya le dijo que su pecho era un fuego de dos llamas!
-¿Y la imagen empleada, usted cree que fue visual o táctil? -inquirió el
vate.
-Táctil -repuso la viuda-. Ahora le prohibí salir de la casa hasta que el
señor Jiménez escampe. Usted encontrará cruel que la aísle de esta manera,
pero fíjese que le pillé chanchito este poema en medio del sostén.
-¿Chamuscado en medio del sostén?
La mujer desentrañó una indudable hoja de papel matemáticas marca
Torre de su propio regazo, y la anunció cual acta judicial, subrayando el
vocablo desnuda con sagacidad detectivesca:
Desnuda eres tan simple como una de tus manos,
lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente,
tienes líneas de luna, caminos de manzana,
desnuda eres delgada como el trigo desnudo.
Desnuda eres azul como la noche en Cuba,
tienes enredaderas y estrellas en el pelo.
Desnuda eres enorme y amarilla
como el verano en una iglesia de oro.
Estrujando el texto con repulsa, lo sepultó de vuelta en el delantal, y
concluyó:
-¡Es decir, señor Neruda, que el cartero ha visto a mi hija en pelotas!
El poeta lamentó en ese momento haber suscrito la doctrina materialista
de la interpretación del universo, pues tuvo urgencia de pedir misericordia
al Señor. Encogido, arriesgó una glosa sin la prestancia de esos
abogados, que, como Charles Laughton, convencían hasta al muerto que
aún no era cadáver:
-Yo diría, señora Rosa, que del poema no se concluye necesariamente
el hecho.
La viuda escrutó al poeta con un desprecio infinito:
-Diecisiete años que la conozco, más nueve meses que la llevé en este
vientre. El poema no miente, don Pablo: exactamente así, corno dice el
poema, es mi niñita cuando está desnuda.
«Dios mío», rogó el poeta, sin que le salieran las palabras.
-Yo le imploro a usted -expuso la mujer-, en quien se inspira y confía,
que le ordene a ese tal Mario Jiménez, cartero y plagiario, que se abstenga
desde hoy y para toda la vida de ver a mi hija. Y dígale que si así no
lo hiciese, yo misma, personalmente, me encargaré de arrancarle los ojos
como al otro carterito ese, el fresco de Miguel Strogoff.
Pese a que la viuda se había retirado, de alguna manera seis partículas
quedaron vibrátiles en el aire. El vate dijo «hasta luego», se puso el
jockey, y manoteó la cortina tras la cual se ocultaba el cartero.
-Mario Jiménez -dijo sin rnirarlo-, estás pálido como un saco de harina.
El muchacho lo siguió hasta la terraza, donde el poeta trató de aspirar
hondo el viento del mar.
-Don Pablo, si por fuera estoy pálido por dentro estoy lívido.
-No son los adjetivos los que van a salvarte de los hierros candentes de
la viuda González. Ya te veo repartiendo cartas con un bastón blanco, un
perro negro, y con las cuencas de tus ojos tan vacías como alcancía de
mendigo.
-¡Si no la puedo ver a ella, para qué quiero mis ojos!
-¡Maestro, por muy desesperado que esté, en esta casa le permito que
intente poemas pero no que me cante boleros! Esta señora González tal
vez no cumpla su amenaza, pero si la lleva a cabo, podrás repetir con
toda propiedad el cliché de que tu vida es oscura como la boca de un
lobo.
-Si me hace algo, irá a la cárcel.
El vate practicó un semicírculo teatral por la espalda del chico, con la
insidia con que Yago trajinaba los lóbulos de Otelo:
-Un par de horas, y después la pondrán en libertad incondicional.
Alegará que procedió en defensa propia. Dirá en su descargo que atacaste
la virginidad de su pupila con arma blanca: una metáfora cantarina
corno un puñal, incisiva como un canino, desgarradora como un
himen. La poesía con su saliva bulliciosa habrá dejado su huella en los
pezones de la novia. Por mucho menos que eso, a François Villon lo colgaron
de un árbol y la sangre le brotaba como rosas del cuello.
Mario sintió sus ojos húmedos, y la voz le salió también mojada:
-No me importa que esa mujer me rasgue con una navaja cada uno de
mis huesos.
-Lástima no tener un trío de guitarristas para que te hagan
«tu-ru-ru-ru».
-Lo que me duele es no poder verla a ella -prosiguió absorto el cartero-.
Sus labios de cereza y sus ojos lentos y enlutados, como si se los hubieran
hecho la misma noche. ¡No poder oler esa tibieza que emana!
-A juzgar por lo que cuenta la vieja, más que tibia, flamígera.
-¿Por qué su madre me ahuyenta? Si yo quiero casarme con ella.

miércoles, 12 de mayo de 2010

NERUDA Y LA POLÍTICA




La vinculación de Neruda con la política tuvo su punto culminante en el año 1970, cuando el Partido Comunista lo designó candidato a la presidencia de Chile, pero el poeta no dudó en renunciar para dar todo su apoyo a Salvador Allende, a quien secundó decididamente en su campaña electoral. Llegado al poder el gobierno de Unidad Popular en 1970, recibió el nombramiento de embajador en París.



Neruda con Salvador Allende y su
biógrafo, Volodia Teitelboim


En 1971, Pablo Neruda se convirtió en el tercer escritor latinoamericano y en el segundo chileno que obtenía el Premio Nobel de Literatura, pero su encumbramiento literario no le impidió continuar activamente en la defensa de los intereses chilenos. En Nueva York, aprovechando la reunión del Pen Club, denunció el bloqueo estadounidense contra Chile. Tras renunciar a su cargo de embajador en Francia, regresó a Santiago, donde fue pública y multitudinariamente homenajeado en el Estadio Nacional.

En la cúspide de la fama y del reconocimiento también lo esperaban horas amargas. En 1973, el 11 de septiembre, fue sorprendido por el golpe militar contra el presidente Salvador Allende. Profundamente afectado por la nueva situación, no pudo resistir la tragedia y el 23 de septiembre murió en Santiago. El mundo no tardó en enterarse, entre la indignación, el estupor y la impotencia, de que sus casas de Valparaíso y de Santiago habían sido brutalmente saqueadas y destruidas. Sus funerales se desarrollaron en medio de una gran tensión política. Tras su muerte vieron la luz los poemarios que había escrito antes de morir: Jardín de invierno, 2000, El corazón amarillo, Libro de las preguntas, Elegía y Defectos escogidos, todas ellos editadas por Losada en Buenos Aires en 1974. En Barcelona apareció su última obra, la autobiografía Confieso que he vivido.

domingo, 9 de mayo de 2010

CAPÍTULO TERCERO

Crecido entre pescadores, nunca sospechó el joven Mario Jiménez que
en el correo de aquel día habría un anzuelo con que atraparía al poeta.
No bien le había entregado el bulto, el poeta había discernido con precisión
meridiana una carta que procedió a rasgar ante sus, propios ojos.
Esta conducta inédita, incompatible con la serenidad y discreción del
vate, alentó en el cartero el inicio de un interrogatorio, y por qué no decirlo,
de una amistad.
-¿Por qué abre esa carta antes que las otras?
-Porque es de Suecia.
-¿Y qué tiene de especial Suecia, aparte de las suecas?
Aunque Pablo Neruda poseía un par de párpados inconmovibles,
parpadeó.
-El Premio Nobel de Literatura, mijo.
-Se lo van a dar.
-Si me lo dan, no lo voy a rechazar.
-¿Y cuánta plata es?
El poeta, que ya había llegado al meollo de la misiva, dijo sin énfasis:
-Ciento cincuenta mil doscientos cincuenta dólares.
Mario pensó la siguiente broma: «Y cincuenta centavos», mas su instinto
reprimió su contumaz impertinencia, y en cambio preguntó de la manera
más pulida:
-¿Y?
-¿Hmm?
-¿Le dan el Premio Nobel?
-Puede ser, pero este año hay candidatos con más chance.
-¿Por qué?
-Porque han escrito grandes obras.
-¿Y las otras cartas?
-Las leeré después -suspiró el vate.
-¡Ah!
Mario, que presentía el fin del diálogo, se dejó consumir por una
ausencia semejante a la de su predilecto y único cliente, pero tan radical,
que obligó al poeta a preguntarle:
-¿Qué te quedaste pensando?
-En lo que dirán las otras cartas. ¿Serán de amor?
El robusto vate tosió.
-¡Hombre, yo estoy casado! ¡Que no te oiga Matilde!
-Perdón, don Pablo.

Neruda arremetió con su bolsillo y extrajo un billete del rubro «más que
regular». El cartero dijo «gracias», no tan acongojado por la suma como
por la inminente despedida. Esa misma tristeza pareció inmovilizarlo
hasta un grado alarmante. El poeta, que se disponía a entrar, no pudo
menos que interesarse por una inercia tan pronunciada.
-¿Qué te pasa?
-¿Don Pablo?
-Te quedas ahí parado como un poste.
Mario torció el cuello y buscó los ojos del poeta desde abajo: -¿Clavado
como una lanza?
-No, quieto como torre de ajedrez.
-¿Más tranquilo que gato de porcelana?
Neruda soltó la manilla del portón, y se acarició la barbilla.
-Mario Jiménez, aparte de Odas elementales tengo libros mucho
mejores. Es indigno que me sometas a todo tipo de comparaciones y
metáforas.
-¿Don Pablo?
-¡Metáforas, hombre!
-¿Qué son esas cosas?
El poeta puso una mano sobre el hombro del muchacho.
-Para aclarártelo más o menos imprecisamente, son modos de decir
una cosa comparándola con otra.
-Deme un ejemplo.
Neruda miró su reloj y suspiró.
-Bueno, cuando tú dices que el cielo está llorando. ¿Qué es lo que
quieres decir?
-¡Qué fácil! Que está lloviendo, pu’.
-Bueno, eso es una metáfora.
-Y ¿por qué, si es una cosa tan fácil, se llama tan complicado? -Porque
los nombres no tienen nada que ver con la simplicidad o complicidad de
las cosas. Según tu teoría, una cosa chica que vuela no debiera tener un
nombre tan largo como mariposa. Piensa que elefante tiene la misma
cantidad de letras que mariposa y es mucho más grande y no vuela -concluyó
Neruda exhausto. Con un resto de ánimo, le indicó a Mario el
rumbo hacia la caleta. Pero el cartero tuvo la prestancia de decir:
-¡P’tas que me gustaría ser poeta!
-¡Hombre! En Chile todos son poetas. Es más original que sigas siendo
cartero. Por lo menos caminas mucho y no engordas. En Chile todos
los poetas somos guatones.
Neruda retomó la manilla de la puerta, y se disponía a entrar, cuando
Mario mirando el vuelo de un pájaro invisible, dijo:
-Es que si fuera poeta podría decir lo que quiero.
-¿Y qué es lo que quieres decir?

-Bueno, ése es justamente el problema. Que como no soy poeta, no
puedo decirlo.
El vate se apretó las cejas sobre el tabique de la nariz.
-¿Mario?
-¿Don Pablo?
-Voy a despedirme y a cerrar la puerta.
-Sí, don Pablo.
-Hasta mañana.
-Hasta mañana.
Neruda detuvo la mirada sobre el resto de las cartas, y luego entreabrió
el portón. El cartero estudiaba las nubes con los brazos cruzados sobre
el pecho. Vino hasta su lado y le picoteó el hombro con un dedo. Sin
deshacer su postura, el muchacho se lo quedó mirando.
Volví a abrir, porque sospechaba que seguías aquí.
-Es que me quedé pensando.
Neruda apretó los dedos en el codo del cartero, y lo fue conduciendo
con firmeza hacia el farol donde había estacionado la bicicleta.
-¿Y para pensar te quedas sentado? Si quieres ser poeta, comienza por
pensar caminando. ¿O eres como John Wayne, que no podía caminar y
mascar chiclets al mismo tiempo? Ahora te vas a la caleta por la playa y,
mientras observas el movimiento del mar, puedes ir inventando metáforas.
-¡Deme un ejemplo!
-Mira este poema: «Aquí en la Isla, el mar, y cuánto mar. Se sale de sí
mismo a cada rato. Dice que sí, que no, que no. Dice que sí, en azul, en
espuma, en galope. Dice que no, que no. No puede estarse quieto. Me
llamo mar, repite pegando en una piedra sin lograr convencerla.
Entonces con siete lenguas verdes, de siete tigres verdes, de siete perros
verdes, de siete mares verdes, la recorre, la besa, la humedece, y se golpea
el pecho repitiendo su nombre». -Hizo una pausa satisfecho-. ¿Qué
te parece?
-Raro.
-«Raro.» ¡Qué crítico más severo que eres!
-No, don Pablo. Raro no lo es el poema. Raro es como yo me sentía
cuando usted recitaba el poema.
-Querido Mario, a ver si te desenredas un poco, porque no puedo pasar
toda la mañana disfrutando de tu charla.
-¿Cómo se lo explicara? Cuando usted decía el poema, las palabras
iban de acá pa’llá.
-¡Como el mar, pues!
-Sí, pues, se movían igual que el mar.
-Eso es el ritmo.
-Y me sentí raro, porque con tanto movimiento me marié.

-Te mareaste.
-¡Claro! Yo iba como un barco temblando en sus palabras.
Los párpados del poeta se despegaron lentamente.
-«Como un barco temblando en mis palabras.»
-¡Claro!
-¿Sabes lo que has hecho, Mario?
-¿Qué?
-Una metáfora.
-Pero no vale, porque me salió de pura casualidad, no más.
-No hay imagen que no sea casual, hijo.
Mario se llevó la mano al corazón, y quiso controlar un aleteo desaforado
que le había subido hasta la lengua y que pugnaba por estallar entre
sus dientes. Detuvo la caminata, y con un dedo impertinente manipulado
a centímetros de la nariz de su emérito cliente, dijo:
-Usted cree que todo el mundo, quiero decir todo el mundo, con el viento,
los mares, los árboles, las montañas, el fuego, los animales, las casas,
los desiertos, las lluvias...
-... ahora ya puedes decir «etcétera».
-... ¡los etcéteras! ¿Usted cree que el mundo entero es la metáfora de
algo?
Neruda abrió la boca, y su robusta barbilla pareció desprendérsele del
rostro.
-¿Es una huevada lo que le pregunté, don Pablo?
-No, hombre, no.
-Es que se le puso una cara tan rara.
-No, lo que sucede es que me quedé pensando.
Espantó de un manotazo un humo imaginario, se levantó los desfallecientes
pantalones y, punzando con el índice el pecho del joven, dijo:
-Mira, Mario. Vamos a hacer un trato. Yo ahora me voy a la cocina, me
preparo una omelette de aspirinas para meditar tu pregunta, y mañana
te doy mi opinión.
-¿En serio, don Pablo?
-Sí, hombre, sí. Hasta mañana.
Volvió a su casa y, una vez junto al portón, se recostó en su madera y
cruzó pacientemente los brazos.
-¿No se va a entrar? -le gritó Mario.
-Ah, no. Esta vez espero a que te vayas.
El cartero apartó la bicicleta del farol, hizo sonar jubiloso su campanilla,
y, con una sonrisa tan amplia que abarcaba poeta y contorno,
dijo:
-Hasta luego, don Pablo.
-Hasta luego, muchacho.


viernes, 7 de mayo de 2010

UN RATO DE OCIO


EMPEZAMOS EL CLUB DE LECTURA.

Os hago una invitación a todos para que acompañéis en una tertulia literaria. Estamos a final de curso y necesitamos un ratito de tranquilidad para evadirnos de la rutina. Os propongo la lectura de EL CARTERO DE NERUDA , novela de ANTONIO SKÁRMETA, escritor chileno que ha cultivado por igual la narrativa y el guión cinematográfico.




Adaptada al teatro y al cine, es todo un hallazgo narrativo, una historia inspirada y un clásico en la obra de este importante escritor chileno. La relación que se establece entre Pablo Neruda y su habitual cartero en Isla Negra es la línea dramática –y también cómica– por la que se asoma la realidad de Chile, con la llegada de Salvador Allende al gobierno.


Es una novelita muy corta que podéis encontrar también en internet y que nos relata la historia de un joven pescador, Mario, que decide dejar las redes y colgarse al hombro una cartera con la escasa correspondencia que transita por Isla Negra.

Poco a poco os iré dando más datos y proponiendo temas de debate. Por ahora os amino a la lectura y os prometo entretenimiento.

Propongo la fecha para comentar la obra entera el 15 de junio. Ya me diréis cómo lo lleváis.


COMIENZA ASÍ:

En junio de 1969 dos motivos tan afortunados como triviales condujeron
a Mario Jiménez a cambiar de oficio. Primero, su desafecto por las
faenas de la pesca que lo sacaban de la cama antes del amanecer, y casi
siempre, cuando soñaba con amores audaces, protagonizados por heroínas
tan abrasadoras como las que veía en la pantalla del rotativo de San
Antonio. Este talento, unido a su consecuente simpatía por los resfríos,
reales o fingidos, con que se excusaba día por medio de preparar los
aparejos del bote de su padre, le permitía retozar bajo las nutridas mantas
chilotas, perfeccionando sus oníricos idilios, hasta que el pescador
José Jiménez volvía de alta mar, empapado y hambriento, y él mitigaba
su complejo de culpa sazonándole un almuerzo de crujiente pan, bulliciosas
ensaladas de tomate con cebolla, más perejil y cilantro, y una
dramática aspirina que engullía cuando el sarcasmo de su progenitor lo
penetraba hasta los huesos.
-Búscate un trabajo -era la escueta y feroz frase con que el hombre
concluía una mirada acusadora, que podía alcanzar hasta los diez minutos,
y que en todo caso nunca duró menos de cinco.
-Sí, papá -respondía Mario, limpiándose las narices con la manga del
chaleco.
Si este motivo fuera el trivial, el afortunado fue la posesión de una alegre
bicicleta marca Legnano, valiéndose de la cual Mario trocaba a diario
al menguado horizonte de la caleta de pescadores por el algo mínimo
puerto de San Antonio, pero que en comparación con su caserío lo impresionaba
como fastuoso y babilónico. La mera contemplación de los afiches
del cine con mujeres de bocas turbulentas y durísimos tíos de
habanos masticados entre dientes impecables, lo metía en un trance del
que sólo salía tras dos horas de celuloide, para pedalear desconsolado de
vuelta a su rutina, a veces bajo una lluvia costeña que le inspiraba resfríos
épicos. La generosidad de su padre no alcanzaba a tanto como para
fomentar la molicie, de modo que varios días de la semana, carente de
dinero, Mario Jiménez tenía que conformarse con incursiones a las tiendas
de revistas usadas, donde contribuía a manosear las fotos de sus
actrices predilectas.
Fue uno de aquellos días de desconsolado vagabundeo, cuando descubrió
un aviso en la ventana de la oficina de correos que, a Pesar de
estar escrito a mano y sobre una modesta hoja de cuaderno de matemáticas,
asignatura en la que no había destacado durante la escuela primaria,
no pudo resistir.

Si os apetece empezar con ella aquí dodéis encontarla. ¡ Feliz viaje¡¡¡¡

http://www.scribd.com/doc/7105181/Skarmeta-Antonio-El-Cartero-de-Neruda
 
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